Antiguo observatorio
Como decía Machado “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Se podría decir que “los pasos largos” han hecho ya muchísimos caminos. Un día detrás de otro, un paso tras otro, cuanto más cansados, más esperanzados. Tras una travesía agotadora, la espera hasta la próxima se torna aburrida, deseando volver a ver esos paisajes llenos de encanto lunar, esos lugares casi inexplorados que liberaban el cuerpo y el alma, llenar los pulmones de aire puro, ese aire que los urbanitas nunca disfrutarían. ¡No saben lo que se están perdiendo!
Una pequeña broma, algún chascarrillo, fruto de una relación de amistad sincera, son los que hacen, junto con el ritmo de las pisadas incansables, que el día sea, además de único, muy agradable. Antes de que su cámara nos enseñase las maravillosas cumbres de la sierra, la cordillera vista desde dentro, desde el propio corazón de Sierra Nevada, nunca pensé que tan gratos paisajes se encontraran escondidos en, lo que desde abajo, parece un mamotreto, helado en invierno, y árido en verano, donde, eso sí, brilla incasable día a día aquel objeto circular gigante, el observatorio, que desde su posición privilegiada disfruta, de noche de las estrellas granadinas, y de día del trasiego de la ciudad a los pies de la sierra.
Siempre con alguna sorpresa, aquéllos picos nunca se muestran iguales. Arriba el cielo, imponente, azul, que varía de matiz si está despejado, si está nublado, si amanece o si se acerca el ocaso. Una ladera, que, solo para entendidos, difiere mucho de sus vecinas, riachuelos recién nacidos, flores autóctonas, construcciones antiguas que siguen en pie, incansables, para velar por el senderista cansado, por aquel valiente que anduvo durante horas para descubrir, de verdad, la belleza de la montaña.
Manuel RH